septiembre 23, 2006

Después del 18

Largo fin de semana el del 18. Larguísimo, considerando que desde año nuevo que suprimí el consumo de carne (vacuno,pollo, pavo, cerdo, jabalí y cualquier cosa de dos o cuatro patas) en mi dieta diaria. Imaginen lo aburrido que puede convertirse un 18 sin la institución chilena por excelencia: el asado.
Y no confundan mis palabras pensando que el aburrimiento se debe a que me dieron ganas de comer carne, sino más bien a lo cansada que se te pone la lengua después de explicar en ochocientas mil ocasiones porqué dejaste de consumir carne.
Mi primer 18 de vegetariana. O más bien, de naturista, porque los vegetarianos son más extremos y solo consumen leche, ni siquiera huevito. Y yo el huevo todavía lo como, porque si no, no sé qué haría, me la pasaría la vida a puro pescado. En fin, lo importante es que a pesar de estar cerca de la parrilla ni ganas de comer carne me dieron. Pero me comí unas papas asadas que estaban la muerte de ricas.
Resulta complejo esto de dejar de consumir carne. Inlcuso en estos tiempos veloces como un Cadillacs sin frenos, como dice Sabina, todos lo día tienen un minuto en que cierro los ojos y escucho a alguien pendiente de mi dieta. Y es raro, porque en estos tiempos la gente ya no anda tan pendiente de los otros y los vegetarianos son cada día más.
Supongo que así es la vida, que a la gente le parece curioso que existan seres incapaces de comerse a otros animales capaces de caminar. Mamiferos, oviparos, reptiles, anfibios tienen en común el que pueden caminar. No así peces y moluscos. Supongo que eso hace que una pueda comer peces y no chanchos.
Claro está, podría dar un argumento ideológico de mi imposibilidad de poner un trozo de carne en mi boca, pero se refiere puramente a que me aburrí de los dolres de estómago que me producía la carne y esos estados de pesades estomacal que duraba una semana después del 18. Hoy, por primera vez en mi existencia, no tengo reflujo después de un 18 y es muy agradable. Es agradable también dejar de sentir la sensación de la grasa en la comisura de los labios que te deja el comer carne, por muy magra que sea. Esa sensación se recupera cuando como papas fritas, pero no son parte acostumbrada de mi dieta diaria.
Y quien sabe, quizás sea cierto eso que dicen los Krishna cuando dicen que el dejar de comer carne nos vuelve menos malhumorados, ya que los animales salvajes que comen a otros animales son más crueles y bestiales. Yo solo creo que tiene que ver con eso de la pesades estomacal, porque si tenemos el estómago más liviano es como si nosotros estuviéramos más livianos y, por lo tanto, más relajados. Las filosofías orientales no se equivocan en nada, considerando lo tremendamente sabios que son no solo los chinos y los japonenes, sino que metiendo en la misma clasificación de sabiduría a los indues e, incluso, a los musulmanes con sus fundamentalismos y su visión del mundo, muchas veces erradas para nosotros, pero que de haber sido criados en esa cultura, encontraríamos bastante lógicas.
Y tanta divagación surgió solo de el simple detalle de que no comí carne este 18. El primero de muchos en los que dejaré de hacerlo.
Mía

septiembre 08, 2006

De vuelta al pasado

Salí con Alberto a "hacer trámites" al centro de Antofagasta. Que manera más sutil de decir que nos fuimos a dar vueltas al centro con la excusa de pagar las cuentas y comprar unas cosas muy específicas en la ferretería.
Por favor, hagamos incapié en la ferretería. Porque de pronto esa ferretería comenzó a derretirse y se transformó en el más impactante de los cuadros surrealistas de Van Gogh. Como no, si estaba yo entrando muerta de la risa con Alberto, cuando una sombra me corta el camino y me dice, en tono tremendamente bajo (de que no me acordaba) "Gisela". Nada más que eso. Tres sílabas. Mi nombre, por supuesto.
Levantar mi cabecita loca y verme retrocedida siete años en mi vida fue inmediato. "Mario, y tú, aquí". Digo, y me explico, eso de que los amores antiquísimos que una vivió hace tanto tiempo cuando salió de la universidad y se fue a vivir a Temuco se le aparescan así tan de repente y con medio país de distancia debería estar prohibido por ley. Claro, porque si una abandona Temuco porque le dio frío o por las razones que fueran, es precisamente porque asume que hay personas a las que no volverá a ver nunca más en la vida.
Y ahí estaba yo parada enfrente de una de esas personas que no se te aparecen otra vez en la vida, mucho menos ahora que vivo un felicísimo concubinato con mi Rodrigo. Menos se le aparecen a una cuando el concubino está en Iquique trabajando tras 10 días de separación porque yo anduve paseando por la capital.
Resumo mi reacción en cuatro palabras: honesta y efusiva alegría. Sería muy cínica si no admitiera que me puse muy contenta de verlo. Porque de todo el sinfin de historias vividas en Temuco, es precisamente esta de la que guardo los más gratos recuerdos.
Y supongo que fueron esos recuerdos los que me causaron tal conmoción cuando escuché esa voz y vi esa cara. Bastante más vieja. Con el mismo sobrepeso que yo. A diferencia de otros encuentros en los que me cuestioné qué hice tanto tiempo con este tipo, en esta ocasión me queda perfectamente claro que buscaba yo a mis 23 años embarcada en esa relación algo extraña con ese hombre de 42. Y me queda perfectamente claro que esta mujer de 30 tiene muy poco que ver con esa de 23. Mucho en común, pero poco que ver.
Aún así es bueno chocar de golpe con el pasado. Más cuando te sorprende. Es bueno descubrir que no hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Lo mejor es saber como las personas te cambian. Y no me refiero a quién me encontré en la ferretería, sino a mi niño de los ojitos verdes. Es que en otro instante de mi vida, con otro con los que compartí relaciones de estabilidad, no habría dudado en romper compromisos de fidelidad. Siempre me consideré una mujer eminentemente infiel. Hoy, en cambio, me pasó todo lo contrario. Me descubrí pensando en lo grato que resultará que vuelva de Iquique para contarle los detalles de mi paso por Temuco. Que es lo que hoy vuelve. Así que supongo que estará bien juntar a la familia este fin de semana y contarles que después de mucho conversarlo, ya no me parece tan mala idea la palabra con M. Aunque todavía me asuste.
Mía

septiembre 02, 2006

Nubes y Cds piratas

Estoy en Rancagua. ¿Se han percatado que estos viajes míos son siempre tan imprecisos? Nunca sé en dónde voy a terminar el día, porque de pronto y me dan ganas y llego hasta donde me de la plata o el cansancio. En este viaje, por ejemplo, el cansancio fue tal que desistí de la idea de irme a Linares a ver a mi hermana. El paseo fue por el cajón del Maipo, Santiago y Rancagua. Menos viajado que el año pasado, cuando anduve por Quillota, Valpo, Santiago, Linares y Rancagua.

Las nubes merodean por estos lados. A ratos vienen y luego se van. Me reecontré con algunas antiguas costumbres: fui a ver a mi prima y terminamos, como siempre, pirateando música. El contrabando entre PCs es caballuno: su música viene, mi música se va. La de ella es principalmente música de películas. La mía, grupos españoles de esos que no le gustan
a nadie y que Rodrigo dice que no sirve para nada. Claro que en temas musicales a Rodrigo no le creo a nada, porque es lo más intransigente que hay. Sólo lo que a él le gusta es bueno y no admite parmétros diferentes. O sea, así como decir que, como no le gusta Mozart, entonces es malo. Guardando las proporciones, eso si.

Mi gusto musical es pésimo, lo admito. Aunque esa afirmación es algo peligrosa, porque me gusta lo que Rodrigo y sus amigos (Monk) tocan. O sea dentro de la lógica aristotélica de mi adorado amorcito, mi gusto musical es vomitivo. Me gusta Monk. Entonces, Monk es vomitivo. Dicho silogismo construido con el único objetivo de que él aprenda a abrir sus visiones musicales y entregar el beneficio de la duda a los gustos musicales ajenos.

Ya está, no hay mucho más que decir. Mañana a aprovechar un día de tranquilidad familiar. El lunes, de regreso al mundanal ruido y a la odiosidad de la vida con Rodrigo en Iquique.
Mia