marzo 23, 2015

Santa Indignación

No somos violentos. No somos reaccionarios. Ni siquiera se trata de defendernos. En un mundo donde hemos sido golpeados y violentados tantas veces, es ahí donde desde lo más sagrado de nuestro interior, surge ese enojo tan primigenio que se vuelve un grito desesperado.

Y estuve pensando. Siempre he pensado que debemos tener paciencia, que los cambios son procesos y los procesos son largos. Lo importande es sembrar el germen. Que en algún momento despertaremos, porque seremos demasiados los que vemos la violencia económica a la que nos someten.

Y hoy veo este norte levantado. Por defender la tierra. ¿Se dan cuenta? No somos muy diferentes a esos guerreros que en Quitor le hicieron frente a esos hombres sobre animales extraños y cubiertos de armaduras brillantes. Y Arica se levanta. Iquique se levanta. Tocopilla se levanta. Calama se levanta. Y finalmente, el mas duro de los bastiones, el más envenenado de todos, Antofagasta se levanta.

Escuchaba hace poco a un pescador que lo decía: Antofagasta está envenenada. No sólo por la contaminación en el aire, en la tierra y en el mar. Corrompieron nuestras almas con migajas, a punta de darle a unos pocos unos bonos de ensueño, que hoy nos obligan a todos a pagar arriendos de ricos, vivir congestionados de vehículos, pagar por nuestros alimentos como si fuesen importados desde Ucrania y aceptar sin miramientos que nuestros hijos estén contaminados, que sus caritas hermosas se tiñan de la violencia propia de los contaminados por plomo, y que sus gargantas se silencien en la adolescencia producto del cáncer. Antofagasta tiene niños de 14 años con cáncer al esófago, producto de la contaminación. Y los antofagastino lo hemos aceptado, quien sabe porqué, pues por dinero no es, ese no llega a las casas de los afectados directos por la contaminación.

Y aunque suene a lugar común, hemos sido tan golpeados que estamos indignados. Y nuestras calles se volverán a teñir de negro, pero no del polvo negro de los concentrados: Será el negro del hollín de los neumáticos en las calles, deteniendo las camionetas gigantes de otros igual de contaminados, pero aferrados a la idea de que si puedes pagar la 4x4 todo andará bien, aunque la familia esté en crisis, aunque mi cuerpo este muriendo, aunque mis hijos tengan que doparse para estar en clases y nadie me diga que no es normal su hiperactividad y su falta de atención, que es el resultado de la constante exposición al desecho que los ricos han dejado en mi ciudad, en mi bella ciudad, para aumentar un capital que no necesitan.Y no sólo mis hijos, son los míos, son los tuyos, son los nuestros, son los hijos de Antofagasta.

Acá en Antofagasta conocemos al culpable. Y muchos nos cuestionamos que le habrán hecho a Andrónico los jesuitas del Colegio San Luis para que nos odie de esta manera y su venganza sea contaminarnos con su puerto, con sus trenes, con sus minas, con su agua.

La nuestra es una indignación santa, pues insisto, proviene de lo más sagrado, viene desde el fondo de lo humano. Y el ser humano es, a mi parecer, el más sagrado de los dones. La nuestra no es ni será nunca violencia: es Santa Indignación. Tarde o temprano Antofagasta hablará, y el suyo será un grito desmedido. Cuando esos jóvenes sin esperanza bajen desde los cerros a destruir todo a su paso, no será por gusto, será el resultado de tantos años mirando lo desigual de la repartija y soltarán su rabia sin ideal alguno, salvo la destrucción. Y seguirá siendo Santa Indignación.

Cuando las madres se reunan a gritarle a las "autoridades", cuando los padres resuelvan a golpes lo que no pudieron resolver con negociaciones, cuando sea un contingente de abuelas deteniendo carros lanza agua, no será violencia, seguirá siendo Santa Indignación.

Y cuando sea una masa la que impida que los camiones vuelvan a entrar a Antofagasta, a punta de piedras, fierros y ataques, no será sólo Santa Indignación, será el verdadero triunfo de una ciudad reivindicada.