junio 11, 2007

Basta de mudismo

Recuerdo bien mi última parada en estas páginas... demasiado entristecida para recordar otra cosa... y lo admito hoy, varios meses después: la pena no se me quita... y seguro no se cabe nunca, ni siquiera con la llegada de nuevos miembros a la familia…

Porque en realidad de eso quería hablar… de los nuevos miembros y los constantes cambios… Tras la partida de Temistocles, no quedó otra que adoptar otro gato (la cercanía con la línea del tren y el riesgo de roedores nos obligaron)… Así llegó nuestra primera nueva adquisición. Buscamos el más lejano de los ejemplares al difunto gato negro de la casa: rubia, fémina y de largos mechones moteados…

Octavia resultó ser la total diferencia con Temistocles. Inversamente proporcional: no es cariñosa, es malhumorada, no sabe cazar ratones (de hecho, les tiene miedo) y se sabe preciosa… porque eso si que es, una gata muy bella. En algo si conserva la tradición de la familia: está completamente loca (en la foto está recién llegada... hoy es mucho más grande y bastante más linda).

No sé bien porqué, pero todas las mascotas en esta casa son mentalmente inestables. Tenemos un perro que le ladra a gatos imaginarios, y luego las tortugas que cada vez que pueden intentan fugarse (se desaparecen en el patio y ahí todos a buscarlas). Los gatos ni hablar: el primero se creía perro y, por lo mismo, un perro lo mordió lo suficiente como para matarlo. La segunda, totalmente bipolar, a ratos es la más dulce de las felinas y a pito de nada se vuelve una bestia salvaje. Doble personalidad, indudablemente.

Encima de todo está en peligro de extraditación. Si, porque como toda pareja joven de recién casados (o arrejuntados, porque ninguno de los dos está muy ahí con eso del matrimonio), se nos rompió el condón y ahora esperamos nuevo miembro. Emilia Beatriz llegará en agosto y mi madre insiste en expulsar a la gata, porque según ella que se pondrá celosa e intentará acriminarse con la guagua… yo me lo tomo con humor, porque tengo la certeza que la gata es tan absolutamente loca y rara que es imposible que reaccione como un gato normal, de esos que se ponen celosos.

Así y los cambios intento no olvidar esta bitácora virtual que me mantiene vivo el instinto de escribir. La abandono bastante, pero siempre vuelvo. Y me despido ahora, no sin antes contarle a mi felino amigo negro, que su arbolito en el jardín está más grande que ninguno de los que se ha plantado ahí en mucho tiempo… frondoso y lleno de vida, como era él. Es más, cuando pasas muy cerca, las ramas se enganchan de tu ropa, tal como lo hacías cuando atacabas a mansalva.


MIA