De vuelta al pasado
Salí con Alberto a "hacer trámites" al centro de Antofagasta. Que manera más sutil de decir que nos fuimos a dar vueltas al centro con la excusa de pagar las cuentas y comprar unas cosas muy específicas en la ferretería.
Por favor, hagamos incapié en la ferretería. Porque de pronto esa ferretería comenzó a derretirse y se transformó en el más impactante de los cuadros surrealistas de Van Gogh. Como no, si estaba yo entrando muerta de la risa con Alberto, cuando una sombra me corta el camino y me dice, en tono tremendamente bajo (de que no me acordaba) "Gisela". Nada más que eso. Tres sílabas. Mi nombre, por supuesto.
Levantar mi cabecita loca y verme retrocedida siete años en mi vida fue inmediato. "Mario, y tú, aquí". Digo, y me explico, eso de que los amores antiquísimos que una vivió hace tanto tiempo cuando salió de la universidad y se fue a vivir a Temuco se le aparescan así tan de repente y con medio país de distancia debería estar prohibido por ley. Claro, porque si una abandona Temuco porque le dio frío o por las razones que fueran, es precisamente porque asume que hay personas a las que no volverá a ver nunca más en la vida.
Y ahí estaba yo parada enfrente de una de esas personas que no se te aparecen otra vez en la vida, mucho menos ahora que vivo un felicísimo concubinato con mi Rodrigo. Menos se le aparecen a una cuando el concubino está en Iquique trabajando tras 10 días de separación porque yo anduve paseando por la capital.
Resumo mi reacción en cuatro palabras: honesta y efusiva alegría. Sería muy cínica si no admitiera que me puse muy contenta de verlo. Porque de todo el sinfin de historias vividas en Temuco, es precisamente esta de la que guardo los más gratos recuerdos.
Y supongo que fueron esos recuerdos los que me causaron tal conmoción cuando escuché esa voz y vi esa cara. Bastante más vieja. Con el mismo sobrepeso que yo. A diferencia de otros encuentros en los que me cuestioné qué hice tanto tiempo con este tipo, en esta ocasión me queda perfectamente claro que buscaba yo a mis 23 años embarcada en esa relación algo extraña con ese hombre de 42. Y me queda perfectamente claro que esta mujer de 30 tiene muy poco que ver con esa de 23. Mucho en común, pero poco que ver.
Aún así es bueno chocar de golpe con el pasado. Más cuando te sorprende. Es bueno descubrir que no hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Lo mejor es saber como las personas te cambian. Y no me refiero a quién me encontré en la ferretería, sino a mi niño de los ojitos verdes. Es que en otro instante de mi vida, con otro con los que compartí relaciones de estabilidad, no habría dudado en romper compromisos de fidelidad. Siempre me consideré una mujer eminentemente infiel. Hoy, en cambio, me pasó todo lo contrario. Me descubrí pensando en lo grato que resultará que vuelva de Iquique para contarle los detalles de mi paso por Temuco. Que es lo que hoy vuelve. Así que supongo que estará bien juntar a la familia este fin de semana y contarles que después de mucho conversarlo, ya no me parece tan mala idea la palabra con M. Aunque todavía me asuste.
Mía
1 Comments:
Ufff,...
Qué incómoda situación. Sobre todo porque inevitablemente se despiertan las comparaciones propias y ajenas. Vuelven a nuestras nariz olores y a nuestra boca sabores de un pasado que aveces duele y otras averguenza.
Saludos!
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