agosto 22, 2006

El antivalor de la historia...

¿Qué hay más absurdo que ponernos celosos de la historia? No hablo de envidiar el puesto de prócer de la patria de O’Higgins (que cuento aparte, su historia personal determinó sus obras… eso de ser “guacho” le dolía tanto al pobre, que se dedico a cagarse a todos los que no eran guachos y que se burlaban de su estado, es decir, toda la aristocracia de la época), sino de celar el pasado.

Yo, por ejemplo, que vivo diciendo con vocecita burlesca “tu chini” a Rodrigo, en relación a una ex polola de él que tenía ascendencia japonesa… miren la estupidez para grande… y él, que la otra noche sufrió un ataque de nostalgia por las cosas que escribí en este blog hace más de un año, en esos cinco meses que dejamos de estar juntos… y de vernos… y de hablarnos… y creo hasta de recordarnos…

Celos absurdos provocados por una especie de sordera sentimental, que es provocada a su vez por el ensordecedor ruido afectivo que nos provocan los celos por el pasado… Digo: la vida avanza y lo que ayer me parecía perfecto, hoy me parece mundano, y las personas que hace un año me parecían trascendentales, hoy me son indiferentes… como para dar un grito “desabollador”, como dijo hoy la Kaki 2 en un error de cálculos lingüísticos… en fin sólo para demostrar la que evolucionamos…

Aunque más bien preferiría involucionar, bajo el concepto de la antropóloga Patricia May, cuya entrevista vi el domingo pasado en un programa de TV nacional: involucionar se refiere al proceso que necesariamente tenemos que vivir como seres humanos en el que debemos regresar desde fuera hacia adentro del individuo, volviéndonos más al ser que al hacer y desde hacer una especie de implosión tanto o más potente que lo que fue el big bang, porque así como la evolución significa partir de un punto de energía y desde ahí sacar la vida y todo lo que conocemos, la involución implica partir desde ese toda para volver a nosotros mismos y desde ahí comenzar una nueva visión de vida, mucho más en armonía con nuestro yo y con nuestra alma. La Razón y la Sensación, el pensar y el sentir, serán complementados por ese estado de paz interior donde el ruido afectivo no existe y, por lo tanto, dejamos de tener sordera.

A ratos pienso que me gustaría saber escuchar más. Entonces entendería la necesidad de Rodrigo de saberse el nº1, como él lo define… aunque no logre entender que eso de las escalas numéricas no tiene importancia si consideramos que él y yo somos el todo, el complemento, la naranja reposando brillante por sobre las banalidades de la historia.
Mía