La Política del Conflicto
Vivimos en el mundo del conflicto. Nos movenos, nos relacionamos, interactuamos en torno al conflicto.
El conflicto ha calado tan hondo en nuestra sociedad, que se ha transformado en política pública. Y lo hemos vivenciado en este periplo por conseguir justicia para nuestros hijos contaminados.
Es esta obligación de obtener respuestas no sobre la base de la negociación o de las conversaciones, sino producto de acciones de conflicto. Nuestros gobiernos, sin importar su tendencia política, nos han obligado a movilizarnos por medio del conflicto para obtener aquello que nos deberían entregar por derecho.
Es más, se premia y privilegia a aquel que se organiza mejor para generar un conflicto que traiga beneficios sociales. Tocopilla es el claro ejemplo de ello: ciudad movilizada, capaz de detener procesos productivos al tomarse calles a través de la violencia, ha sido la única vía por la que efectivamente han conseguido lo que la ciudad necesita. Antes intentaron la vía formal, la conversación, la negociación, los conductos regulares. Pero seguían con un hospital sin médicos, con una ciudad contaminada hasta el cansancio por termoeléctricas y pagando la electricidad más cara de Chile.
Nuestras instituciones han validado el conflicto como la única herramienta de poder de los ciudadanos para tener una negociación efectiva: si logras sacar gente a la calle capás de mantenerse ahí por días, semanas y meses, entonces esos líderes sociales estarán en posición de sentarse a negociar con el gobierno de turno. Antes de eso, nada.
Ejemplos hay muchos: Calama, Tocopilla, Caimanes, Magallanes... y podriamos seguir nombrando: en un país donde el violentar al ciudadano se volvió una costumbre no queda más que salir a tomarse las calles, gritar con fuerza y pelear a punta de piedras, rallados y quema de neumático eso que la Constitución se supone asegura a cada uno por el simple hecho de ser ciudadano.
Y el caso es que ya ni eso somos hoy. Los ciudadanos reales no viven en las poblaciones ni son parte de una "clase media productiva". No señores. Nosotros somos sólo la masa manipulable que sirve para definir que verdadero ciudadano ocupará algún escaño en la "clase política emergente". Somos individuos alienados por la televisión, por una educación mediocre, encerrados en casa por el temor a la delincuencia, todos factores hábilmente manipulados por esa clase política empresarial que requiere de votos y de mano de obra barata.
Nos embrutecieron y nosotros nos volvimos brutos, esclavos de la cuota a fin de mes para conseguir todas esas superficialidades que nos venden en las diferentes pantallas de tv y on line. Pero podemos decir On Line. No somos más que el modelo salitrero en grande, en su máxima expresión, donde el dueño de todo nos hace trabajar para él, nos paga con ficha y luego nos vende en su pulperia para que vuelvan a sus manos las mismas fichas con las que nos pagó, quintuplicadas por ganancias e intereses.
Y lo hacemos bien. Y los que nos atrevimos a ser diferentes, pagamos nuestro precio. Esto es como la Matrix, sólo que nadie nos dió a elegir el color de la pastilla a tomar. Por alguna razón, algunos entendimos este proceso allí donde la mayoría elige no ver. Somos los tuertos en un país de ciegos, pero somos tuertos, mudos, mancos y cojos. No podemos hacer nada además de observar. Bueno, podemos observar y finalmente, entrar en la dinámica del conflicto.
El conflicto ha calado tan hondo en nuestra sociedad, que se ha transformado en política pública. Y lo hemos vivenciado en este periplo por conseguir justicia para nuestros hijos contaminados.
Es esta obligación de obtener respuestas no sobre la base de la negociación o de las conversaciones, sino producto de acciones de conflicto. Nuestros gobiernos, sin importar su tendencia política, nos han obligado a movilizarnos por medio del conflicto para obtener aquello que nos deberían entregar por derecho.
Es más, se premia y privilegia a aquel que se organiza mejor para generar un conflicto que traiga beneficios sociales. Tocopilla es el claro ejemplo de ello: ciudad movilizada, capaz de detener procesos productivos al tomarse calles a través de la violencia, ha sido la única vía por la que efectivamente han conseguido lo que la ciudad necesita. Antes intentaron la vía formal, la conversación, la negociación, los conductos regulares. Pero seguían con un hospital sin médicos, con una ciudad contaminada hasta el cansancio por termoeléctricas y pagando la electricidad más cara de Chile.
Nuestras instituciones han validado el conflicto como la única herramienta de poder de los ciudadanos para tener una negociación efectiva: si logras sacar gente a la calle capás de mantenerse ahí por días, semanas y meses, entonces esos líderes sociales estarán en posición de sentarse a negociar con el gobierno de turno. Antes de eso, nada.
Ejemplos hay muchos: Calama, Tocopilla, Caimanes, Magallanes... y podriamos seguir nombrando: en un país donde el violentar al ciudadano se volvió una costumbre no queda más que salir a tomarse las calles, gritar con fuerza y pelear a punta de piedras, rallados y quema de neumático eso que la Constitución se supone asegura a cada uno por el simple hecho de ser ciudadano.
Y el caso es que ya ni eso somos hoy. Los ciudadanos reales no viven en las poblaciones ni son parte de una "clase media productiva". No señores. Nosotros somos sólo la masa manipulable que sirve para definir que verdadero ciudadano ocupará algún escaño en la "clase política emergente". Somos individuos alienados por la televisión, por una educación mediocre, encerrados en casa por el temor a la delincuencia, todos factores hábilmente manipulados por esa clase política empresarial que requiere de votos y de mano de obra barata.
Nos embrutecieron y nosotros nos volvimos brutos, esclavos de la cuota a fin de mes para conseguir todas esas superficialidades que nos venden en las diferentes pantallas de tv y on line. Pero podemos decir On Line. No somos más que el modelo salitrero en grande, en su máxima expresión, donde el dueño de todo nos hace trabajar para él, nos paga con ficha y luego nos vende en su pulperia para que vuelvan a sus manos las mismas fichas con las que nos pagó, quintuplicadas por ganancias e intereses.
Y lo hacemos bien. Y los que nos atrevimos a ser diferentes, pagamos nuestro precio. Esto es como la Matrix, sólo que nadie nos dió a elegir el color de la pastilla a tomar. Por alguna razón, algunos entendimos este proceso allí donde la mayoría elige no ver. Somos los tuertos en un país de ciegos, pero somos tuertos, mudos, mancos y cojos. No podemos hacer nada además de observar. Bueno, podemos observar y finalmente, entrar en la dinámica del conflicto.