El miedo
Hay personas a las que las paraliza el miedo. No el miedo a fantasmas ni esas cosas, sino el miedo a la vida. A mi, algunas veces y por cortos segundos, me paraliza el miedo. La incertidumbre por no saber que será de mi vida en 5 o 10 años más... la incertidumbre de no saber si estaré viviendo o sobreviviendo.
Más de alguna vez me escucharán decir: soy una mujer soberbia y testaruda. Soberbia, porque creo fielmente que mi paso por el mundo traerá algún efecto importante, que mis acciones están comenzando ese cambio social que predico. Testaruda, porque no importa cuanto me digan lo contrario, soy una convencida de que no porque todo el mundo haga algo, eso está bien… y abogo por la recuperación del ser humano, por el abandono de los individualismo, el respeto al otro como legítimo otro, el respeto a mi misma y mi obligación de hacer que los otros me respeten.
O sea, en esta sociedad post moderna soy un marciano. El fin de semana, en la Peña en Homenaje a Gladys Marín, mientras conversaba con algunos “compañeros” del PODEMOS, llegué a esa conclusión: soy marciana. Ni siquiera soy de Venus, como decía el libro ese. Soy marciana porque veo la vida desde una perspectiva diferente.
Ahí me tienen, gastando la mayor parte de mi vida por defender los derechos de las Personas que Viven con VIH… yo no tengo VIH… sólo uno o dos de mis amigos viven con el virus… aún así, hice mía esa realidad y hoy la vivo como otro más de los 400 y tantos notificados de la Segunda Región de Chile… y vivirlo como otro más significa enfrentar discriminación, preguntas tontas de la gente y quien sabe cuántas cosas más…
Esas cosas no me dan miedo. Las cosas “grandes” de la vida nunca me dieron miedo. No tuve miedo cuando mis papás se separaron (en realidad, estaba contenta, y eso que tenía sólo 10 años), no tuve miedo cuando me fui a vivir a Temuco, sola, sin haber pisado nunca la ciudad. A mi me dan miedo las cosas triviales, las cosas pequeñas, como la llamada de mi amigo Pedro para contarme que su amigo el mesero brasileño del restaurante al que me invitó el otro día –ese al que me aburrí de coquetearle porque es demasiado lindo para ser cierto-, le preguntó por mi, me mandó saludos y le pidió mi teléfono.
Esas cosas me dan miedo, porque generalmente no es lo que me pasa. Digo, no soy un adefesio, pero tampoco es que sea yo una despampanante mujer de 1,80 metros con cara de modelo de revista. En definitiva, no creo ser el prospecto de mujer a la que le piden el teléfono en un bar de buenas a primeras. No, conmigo se trata de conversar. Ahí si, lo admito, podría ser que llame la atención sobre otras féminas presentes.
Pero no era el caso con el brasileño, que nos atendió un par de veces y, salvo por mis coqueteos descarados, no hablamos mayormente… excepto cuando le dimos las gracias por la atención… la peor parte es que ahora sé que tiene mi teléfono y yo no tengo el de él, así que no tengo mayor incidencia en esto. Pero así es la vida... nada más puedo hacer...
Más de alguna vez me escucharán decir: soy una mujer soberbia y testaruda. Soberbia, porque creo fielmente que mi paso por el mundo traerá algún efecto importante, que mis acciones están comenzando ese cambio social que predico. Testaruda, porque no importa cuanto me digan lo contrario, soy una convencida de que no porque todo el mundo haga algo, eso está bien… y abogo por la recuperación del ser humano, por el abandono de los individualismo, el respeto al otro como legítimo otro, el respeto a mi misma y mi obligación de hacer que los otros me respeten.
O sea, en esta sociedad post moderna soy un marciano. El fin de semana, en la Peña en Homenaje a Gladys Marín, mientras conversaba con algunos “compañeros” del PODEMOS, llegué a esa conclusión: soy marciana. Ni siquiera soy de Venus, como decía el libro ese. Soy marciana porque veo la vida desde una perspectiva diferente.
Ahí me tienen, gastando la mayor parte de mi vida por defender los derechos de las Personas que Viven con VIH… yo no tengo VIH… sólo uno o dos de mis amigos viven con el virus… aún así, hice mía esa realidad y hoy la vivo como otro más de los 400 y tantos notificados de la Segunda Región de Chile… y vivirlo como otro más significa enfrentar discriminación, preguntas tontas de la gente y quien sabe cuántas cosas más…
Esas cosas no me dan miedo. Las cosas “grandes” de la vida nunca me dieron miedo. No tuve miedo cuando mis papás se separaron (en realidad, estaba contenta, y eso que tenía sólo 10 años), no tuve miedo cuando me fui a vivir a Temuco, sola, sin haber pisado nunca la ciudad. A mi me dan miedo las cosas triviales, las cosas pequeñas, como la llamada de mi amigo Pedro para contarme que su amigo el mesero brasileño del restaurante al que me invitó el otro día –ese al que me aburrí de coquetearle porque es demasiado lindo para ser cierto-, le preguntó por mi, me mandó saludos y le pidió mi teléfono.
Esas cosas me dan miedo, porque generalmente no es lo que me pasa. Digo, no soy un adefesio, pero tampoco es que sea yo una despampanante mujer de 1,80 metros con cara de modelo de revista. En definitiva, no creo ser el prospecto de mujer a la que le piden el teléfono en un bar de buenas a primeras. No, conmigo se trata de conversar. Ahí si, lo admito, podría ser que llame la atención sobre otras féminas presentes.
Pero no era el caso con el brasileño, que nos atendió un par de veces y, salvo por mis coqueteos descarados, no hablamos mayormente… excepto cuando le dimos las gracias por la atención… la peor parte es que ahora sé que tiene mi teléfono y yo no tengo el de él, así que no tengo mayor incidencia en esto. Pero así es la vida... nada más puedo hacer...
Mía
1 Comments:
JAJja...miedos?
lien tiene miedo?
miedo..miedo a la muerte...
a eso le tengo miedo yO!
pero a la muerte de los k kiero...
no de mi muerte...
na mas k decir...
saluditOs!
no vemos por ahi o por aki...
iO ahora me ire a dormir mil de kansancio desde las 10 am tudiando solo pare para al morzar =(
me lele mi cuerpo y mente!
aiOs!
=*
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